
El concepto que Duque (2009), expone para referirse a los líderes comunitarios como “Personas Claves”. Esto despertó en mí la motivación de escribir sobre este tema. Parte de las estrategias políticas, la división antes y durante la guerra civil en Guatemala, fueron la aniquilación y desaparición de los líderes; con ello el debilitamiento en el área cultural, psico-espiritual y social. Dicha estrategia de guerra, entre otras, tuvo a la población guatemalteca y especialmente a la indígena, sumida en el terror y el silencio por más de tres décadas; tiempo que duró el conflicto armado interno en el país.
Una generación completa ha crecido en una sociedad cuyo tejido social quedó basado en el temor y la violencia, lo que ha impedido el adecuado desarrollo del juicio crítico, la libre expresión y las destrezas de discusión; como herramientas indispensables para favorecer la construcción de una sociedad más justa, democrática y con respeto a la diversidad cultural y étnica. Este tema ha llamado la atención de organizaciones nacionales e internacionales. Estos últimos favorecieron la creación de colectivos enfocados en el desarrollo y la supervisión de su cumplimiento, especialmente en instituciones gubernamentales y comunidades indígenas.
Sin embargo, el trabajo psicosocial y el fortalecimiento del liderazgo indígena es un área que aún tiene muchos retos por afrontar y es justamente en este punto, en donde entra a jugar un rol importante, la participación del psicólogo comunitario. Según Duque (2009), el contar ahora con grupos de promotores indígenas-mayas con destrezas terapéuticas y especialmente con una visión crítica de nuestra historia, es parte de la riqueza del recurso humano indispensable con el que cuenta nuestra sociedad para afrontar el momento actual de transición, de ser una sociedad autoritaria, violenta y sumamente excluyente hacia la construcción de estructuras que favorezcan la democracia, la convivencia multicultural y diversa.
De acuerdo con el informe final de los efectos del acompañamiento psicosocial del proyecto DIGAP de la PNUD citado por Duque (2009), los resultados de las evaluaciones realizadas a las poblaciones indígenas más afectadas por la guerra y la pobreza, reportan que las intervenciones junto con el trabajo de tipo psicosocial han mejorado y desarrollado las capacidades de organización y gestión. Debido a los trabajos, ha disminuido el uso de la violencia y los conflictos locales. Además, el uso de técnicas creativas y psico-corporales que se integraron al contexto cultural de los participantes, favorecieron la efectividad en los procesos de acompañamiento terapéutico, y la recuperación de los elementos culturales y espirituales en los grupos.
En contraste a esto, es interesante reconocer que en Guatemala se ha integrado un discurso que gira en torno a la disminución de la violencia por medio del ataque y la confrontación a los delincuentes que violan la ley. A estos hechos se les suman las pocas propuestas gubernamentales que apunten al mejoramiento de las redes de apoyo psicosocial, comunitarias o al incremento de servicios de salud que desarrollen métodos de formación para líderes y profesionales en la salud mental. Frente a esta tendencia valdría la pena preguntar: ¿Qué rol nos toca jugar a la comunidad civil frente a esta problemática?, ¿Cómo podemos empezar a extender el servicio de salud mental en las áreas rural y urbanas? ¿Sobre qué bases se deben empezar a desarrollar programas que incluyan, no sólo la terapia individual, sino la atención psicológica comunitaria y grupal desde un modelo integrativo?
Según mi opinión, a la comunidad civil y particularmente a los profesionales de la salud mental, nos corresponde jugar un rol más activo dentro del campo de nuestro desempeño profesional específico. Además, considero que los psicólogos debemos participar como facilitadores del cambio a través del desarrollo y ejecución de propuestas para atender la salud mental en las áreas urbanas y comunidades del interior del país. Desde el concepto de Escovar (1979) citado por Montero (1984), la psicología social y comunitaria integran el cambio psicológico individual y colectivo, ya que comprenden la relación entre el individuo, su medio ambiente y con ello las relaciones; individuo-grupo y grupo-sociedad. Con dicha comprensión se pueden colocar los procesos de psicoterapia en un nuevo nivel, generando un movimiento de acción transformadora para el tratamiento del trauma social y colectivo. Además, dicho enfoque replantea el rol del psicólogo, especialmente el profesional comunitario, como un ente indispensable en los procesos de transformación, cambio individual, social y colectivo.
Según Lykes y Mersky (2006), el desarrollo del trabajo psicosocial-comunitario deberá fundamentarse sobre una base que incluya el contexto cultural, histórico, político y social del grupo o comunidad específica, evitando así la reproducción de modelos creados y validados en otras realidades.
También se deberá tomar en cuenta que la comunidad es un ser vivo que cambia y evoluciona constantemente, por lo que cualquier programa o propuesta con este enfoque deberá estar planteada en colaboración y con la directa participación de sus integrantes. Es importante entonces, integrar el aspecto espiritual dentro de una propuesta para trabajar con dicha población. Según Carranza y Ciarlante (2009), el enfoque de la psicología Transpersonal representa un nuevo paradigma: integrar los estados superiores de conciencia, para desarrollar y potencializar el bienestar psicológico al que puede aspirar un ser humano y la integración del Yo consciente, con el Yo superior, que coloca al ser humano como un integrante dentro de una cosmovisión más amplia. Según mi opinión, una propuesta Integrativa para líderes comunitarios debe incluir técnicas que trabajen no sólo el trauma colectivo, sino también el trauma histórico social transgeneracional de las comunidades y grupos específicos.
El enfoque de la Terapia Integrativa Avanzada, (AIT), por sus siglas en inglés, es un modelo psicoterapéutico creado por la doctora Clinton (2010), el cual está basado en el proceso psicodinámico, la escuela humanista y la terapia Gestalt. Dicho modelo parte del principio de que toda experiencia del pasado que hoy duela e impide el desarrollo total o parcial de una o más áreas de la vida, se considera un trauma, y por ello necesita ser atendido y sanado. Este modelo propone la sanación de los traumas de origen, traumas recientes del aquí y ahora y las conexiones entre ambos eventos. Según Shapiro (2006), citado por Clinton, quien desarrolló la terapia de EMDR, define el trauma como cualquier evento del pasado que cuando pensamos en él, éste activa emociones perturbadoras con síntomas y sensaciones físicas. Esta definición no hace distinción entre eventos ocurridos durante el desarrollo evolutivo y los eventos intrapsíquicos, externos, sociales y culturales. Según Clinton (2010), la definición de trauma de Shapiro incluye emociones dolorosas, síntomas físicos, sensaciones corporales, malestar generalizado, enfermedad y otros síntomas corporales. Estos síntomas se sienten cuando la experiencia es recordada o activada por algún acontecimiento presente similar. Los traumas generan, además, creencias negativas, compulsiones y obsesiones, que con frecuencia obstruyen el desarrollo de cualidades, desarrollo espiritual y sentido de integridad.
La propuesta de la doctora Clinton (2010), permite al psicólogo entrenado con este enfoque, tratar tanto las heridas psicológicas del presente, como del pasado. AIT es un modelo psicoterapéutico para el tratamiento de trauma y del trauma social, que funciona identificando el evento o patrón traumático, desprogramando y liberando a través de los procesos neuro-psicobiológicos, las memorias mentales, emocionales y corporales de los eventos dolorosos, así como sus efectos y síntomas en la vida de las personas y colectivos; favoreciendo los cambios de comportamiento a conductas más saludables. Es un modelo profundo, integrativo y transpersonal a través del cual se obtienen resultados permanentes en el tratamiento de los temas que se atienden. AIT utiliza los recursos de las personas y comunidad para desprogramar las memorias de los eventos traumáticos a nivel mental, emocional, físico y psicoespiritual. Es un método de trabajo psicoterapéutico que puede ser utilizado como herramienta integrativa dentro del trabajo comunitario. Integra varios modelos psicoterapéuticos como la terapia cognitiva, psicoanalítica, racional emotiva y conductual. Integra las disciplinas tradicionales con el uso del sistema energético para lograr un resultado eficiente en cada uno de los procesos. Finalmente, se considera importante mencionar que el éxito de los procesos psicoterapéuticos en grupo se verá significativamente fortalecido por una relación terapéutica coherente y comprometida, tanto por parte de los miembros del grupo o comunidad, como por el psicoterapeuta (Yalom 2010).
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